Hace no
mucho me encontré sentado detrás de una tormenta bastante particular. Conseguí
escabullirme entre muchas personas, que
hasta hoy, se mantienen en el anonimato emocional. No hubo nada, ni una sola condición
para no quererte, y mucho menos para no adorarte. Hoy con más de dos años de
ese entonces, y yo aun no se llevar un correcto ritmo gramatical.
El temor
por la integridad de mi mismo se vuelve sofocante. No hago pausas para respirar
cuando vas de prisa, no alcanzo a analizar la razón de tantas nubes grises que
me muestras día a día. Me gusta tu saliva, tus pestañas, tus caricias, tus
regaños, tus cuentos largos y las manos limpias. Todo eso… todo eso de ti me
gusta.
Soy lento
para asociar ideas, para comprar recuerdos, y sostener versos completos. Soy un
sistema yuxtapuesto de anormalidades sentimentales. Hasta esa noche, todo a mí alrededor estaba en
calma; Al menos, se mantenía firme, sólido, suficientemente rígido para bailar
contigo, sin preocuparme que un paso en falso pudiera destruir el mundo.
No me
esperaba ser víctima de tu boca, Yo no quería cubrir de verde el vació
infernal, al que llamaba “corazón”. Y mucho menos imagine ver ese nuevo bosque
incendiarse frente a mí. No olí el combustible escondido entre tu ternura y tu constante confusión. Nunca estuve preparado, no tenía un gramo de
oportunidad para salir de ahí.
Hace no
mucho me encontré sentado en medio de una tormenta particular. No sé, me gustan
los desastres.
Y tú eres el mayor desastre que tuve la fortuna de vivir.
Y tú eres el mayor desastre que tuve la fortuna de vivir.