Yo casi
nunca despierto con ganas de verme los
pies, ni con ansias de buscar el péndulo de acero que da vueltas interminables entre
imanes redondeados. Casi nunca me aparezco frotándome entre tu pierna izquierda,
mi pierna favorita, la única en la que soy bien recibido.
Hoy casi
recuerdo, casi me empiezo a preguntar lo que ya no le digo a nadie. ¡Nadie!,
nadie, nadie… nadie.
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